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Fresco que representa la celebración de la Eucaristía por parte de los primeros cristianos. |
El
amor divino es impresionante. Dios, al que le corresponde su
existencia perfecta por derecho propio, el que no necesita más que
de sí mismo, el que no necesita más que de su Trinidad para
sentirse acompañado, es capaz de darlo todo por las criaturas.
¿Quién llamó a Dios a meterse en el lío de crear a las criaturas libres? Les digo el porqué: porque le dió la gana de que pudiéramos ser felices. Cuando un hombre tiene todo lo que necesita, se pone a
descansar. Dios, sin embargo, se puso a trabajar desde el primer
momento. No necesita crearnos (o fastidiarnos) para divertirse o para pasar su
eternidad entretenido. Nuestra felicidad es la razón de su acto
creador. Que yo, con mis defectos y mis virtudes, me salve, es lo
único que le preocupa.
Muchas
veces hemos pensado que Dios es una especie de juez combativo del
mal, que cuando cometemos un pecado, mira con ojos de cólera. Eso es
falso. Tampoco mira mejor a un hombre bueno por el hecho de ser "buenecito". Si por eso fuera, a Dios le importaría un bledo el Universo.
¿Qué gana Él con la bondad de un hombre? Si
prefiere la virtud de un hombre antes que su defecto es por la felicidad del tío en cuestión. Una pareja no ha de vivir el sexo después del matrimonio
porque ese bien se disfruta mejor dentro de un contexto sacramental y no por leyes absurdas. Lo interesante del bien no es hacer esto o lo otro, sino más bien
que, en la medida de nuestra llamada, de nuestro contexto, digamos sí
a Dios y por lo tanto, digamos sí a la propia felicidad que está en
Él. Tomándote una gordal, una copa de vino, estudiando, siendo
monje, sacerdote o político, madre de tres hijos, rehabilitado de la
drogadicción, pobre, mendigo o médico, se puede ser grato a los
ojos de Dios.
Un
ejemplo es el de la Virgen María, que siendo una mujer humilde de
Nazaret, haciendo de buena madre de un hombre, que resultó ser Dios,
ganó la condición de Reina de todo lo Creado. No le importa a Dios
que lo que hagas sea más grande o menos grande. Ante Dios todos los
hombres son iguales en sus condiciones monetarias, políticas o
sociales. Solo importa la capacidad de hacer con tu vida un gran sí.
Porque a Dios le interesan poco las grandes empresas humanas. De cada
cosa pequeña puede sacar la evangelización del mundo entero. De
cada vida humilde puede sacar la riqueza de los pobres. De cada
silencio puede sacarte una sonrisa.