Los recuerdos pueden ser más que heridas en el corazón. Pueden ser una puñalada del tiempo.
Recuerdas que los años
de la infancia fueron felices, pero... ¿hubo algún terrible momento
de miedo que te dejó paralizado? ¿Y ese niño, de 6 años, se
quedó allí para siempre, como muerto y vivo? ¿Quedó cristalizado en
los recuerdos de un mundo que ya no existe? Y sigues viviendo, con el
niño a cuestas, medio vivo, medio muerto. Está tan vivo en los
recuerdos que se mueve como quiere por tus ojos, por tu mente. No
teme vivir con todo lo que tu le proporcionas. Es un niño voraz de
realidad. Está asustado. Está aterrorizado por esa
bronca de sus padres, por esos abusos en el colegio, por esa niña
que le tiró al suelo. Sí. Tienes un niño que sigue asustado tan
dentro de tí, que cuando miras en el presente a las personas, aunque
sonrías, se
aterroriza y te hace retroceder continuamente hacia un muro de torturas. Continuas la vida cargando con ese niño por dentro,
rechazando los recuerdos, cuando lo importante es (perdona que me
meta en tu espíritu) que pienses sin miedo en aquel pipiolo. ¿Qué
quiere un niño asustado? Que le acaricien, que le den de comer una
buena hamburguesa en el McDonalds, que jueguen con él... Y tú
sigues ignorando tu inconsciencia. Si quieres, puedes seguir afanado en servir a un mundo que no existe. Pero ese niño está grabado en tus
entrañas. Tómalo. Abrázalo. Y entonces... todo... acabará...
No hay comentarios:
Publicar un comentario