domingo, 18 de marzo de 2012

Recordando a los ángeles que cayeron sin maldad (I)

Mi abuela Elvira
Hay ángeles que nos tocan con piel de mujer en nuestra vida. Esas te marcan para siempre. Ese era el caso de mi abuela Elvira: una señora gorda, sin una sola arruga en su cara, con una sonrisa casi eterna y una forma de besar muy particular. Te acercabas a ella a darle un beso y ella te soltaba miles, ¡aunque tan pequeños! Te daban sed de ellos para toda la eternidad. Darle un abrazo tenía vocación de durar para siempre. ¿Qué necesidad había de terminarlos? 

Sus manos eran suaves, con una piel tan fina y unas yemas de los dedos aplastadas que daban ganas de no soltarse de ellas nunca. Nunca se quejaba, nunca te miraba mal, nunca criticó a nadie. ¡Nunca! Un sacerdote amigo de la familia llegó a decir que nunca le había escuchado hacer una objeción a nadie con maldad. 

"¡Eres la abuela más buena de la tierra!", le decíamos sus nietos. Y ella protestaba. Había leído tantas vidas de santos y quería tanto a Dios que le molestaba cualquier alusión a su "supuesta" bondad.  

No quería nada, solo que sus nietos y sus hijos pasaran algo de tiempo con ella. Y un 20 de enero se murió. Fue una mujer de aquellas que Dios hizo para que acompañaran la belleza de su Madre. Pero los cuentos felices en la tierra siempre se acaban. 

A veces, la vida tiene un sentido del humor bastante extraño. Ojalá Dios me explique el chiste cuando me muera. 

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