sábado, 30 de marzo de 2013

Quedaba poca harina pero no les faltó pan

El Santo Cura de Ars

Quedaba poca harina para dar pan a todas las huérfanas. Las hermanas estaban como locas, de un lado para otro. ¿Qué haremos?, se decían para sí. La casa “La Providencia”, nacida para las pobres mujeres desamparadas de Ars y los alrededores, ya no podía dispensar esa labor de caridad tan básica: “Dar de comer al hambriento”. Las monjas no sabían que hacer. En la cocina parecía decidirse el destino de todos los siglos. “¡Iremos a preguntarle que hacer a don Juan!”, gritó una novicia.

Don Juan era muy querido en ese pueblo y en toda Francia. Era curioso porque, sin ser un hombre especialmente letrado, su vida de dedicación y de oración en un pueblo de pecadores como era Ars había cautivado a toda la sociedad francesa. Nadie quedaba indiferente ante sus catequesis, ante sus confesiones, ante sus 4 horas de sueño diarias. Nadie sabría, mejor que él, resolver el problema que tenían entre manos. Él había fundado aquella casa. Él sabrá que hacer, pensó la novicia.

Y llegó. Era muy delgado. Sus pómulos, hundidos hasta los huesos, estaban dibujados de la sonrisa con la que se sonríen todas las cosas bellas. Las miró y dijo: “Amasad los panes que podáis con la harina que tenéis y ya veremos lo que hacemos”. Ellas se quedaron calladas y algo decepcionadas. Querían algo más que esa simple respuesta.

Pero se pusieron a ello. Amasaron y amasaron y... ¡amasaron! La poca harina que quedaba daba de sí, de ella sacaban un pan y otro y ¡otro! ¡Era un milagro! ¡10 grandes panes de 20 libras cada uno! Se reían sorprendidas. ¡Un milagro! “¡Avisad a don Juan!”, gritaron. Él vino corriendo, se paró, miró con esa mirada profunda de párroco durante algunos segundos a las hermanas... y dijo: “El buen Dios es muy bueno. Cuida de sus pobres”

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