Los casos de abusos sexuales en las
Fiestas de San Fermín están en boca ahora de todo el mundo. Mujeres
que en los hombros de algún amigo (o novio) se ven asaltadas por una
marabunta de animales con forma humana tocando lo que no es muy
recomendable tocar, al menos, en público. No voy a entrar en la
polémica sobre si fue un acto voluntario o no de las mujeres. A mi,
aunque parezca menos importante para muchos, lo que me preocupa es el
buen nombre de San Fermín.
Fermín de Amiens fue un mártir que
perdió su cabeza (literalmente) por predicar a Dios a muchos
hombres. ¿Y dedicamos su fiesta a la asquerosa bacanal? Los hombres
bebiendo como cosacos, sin la medida de una borrachera santa, propia
de católicos. Los hombres bebiendo para invitar a las mujeres a ser
tocadas, a ser vejadas, a ser sacrificadas a San Fermín. San Fermín,
un santo católico que rechazó el paganismo, ahora se ve como el
centro de una fiesta pagana más en la piel de toro. Y habrá todavía
gente que se dedica a rezar en las iglesias a San Fermín en este
tiempo tan oscuro. En ellos está la esperanza de Pamplona.
Y no digo que en los sanfermines no
haya que beber, no haya que bailar y no haya que correr delante del
bravo toro. No digo que no haya que pasarse un pueblo o dos. Lo que digo
es que entre una fiesta un poco desmadrada, y el desmadre de mujeres
en bolas hay mucho. Y seguro que a Dios no le gusta mucho todo este
royo de pornografía pública. Seguro que perdona continuamente pero
nos mira con mucha pena, viendo como profanamos el nombre de un
Santo, el nombre de uno que murió con Él y compartió con Él la
cruz bendita.
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