Si queremos ver volver a tener un verdadero Rey, una verdadera
aristocracia, un reparto familiar de la tierra y de la producción,
si queremos volver a estar ligados entre nosotros, los ciudadanos,
según lazos indelebles de la sangre, la historia y la solidaridad,
es necesario que renunciemos a este siglo. No renunciar según la
revolución. No renunciar por la rebeldía violenta. Es hora de
quemar el presente en la hoguera del futuro, pero no con escopetas ni
ideología. La resurrección de España supone que los que quieran
cambiar empiecen a conspirar su propio futuro.
Vivimos en una ciudad que no nos es ajena. Si el capitalismo, el
estatalismo, el socialismo de mercado, la oligarquía y la cultura de
la muerte es soberana, nosotros indudablemente somos sus súbditos. Es
una locura pensar que no somos súbditos de Felipe VI y la democracia.
Que no nos guste no significa que no estemos sometidos. Y la única
manera de cambiar las cosas es cambiar la sociedad. Han pasado años
desde aquella primera guerra carlista. Dos guerras civiles
acometieron los fieles al Rey que le correspondía legalmente y
legítimamente el trono. El problema es que esos años han pasado, y
una familia usurpadora se ha hecho la legítima gobernante de nuestro
país. Vendiendo su corona, se ha puesto al servicio de dictadores y
políticos. Su derecho de gobierno no está en su mejor momento, pero
nosotros como pueblo no estamos tampoco en una época de rosas.
Es indudable que ya somos muy pocos. Es indudable que los enemigos
ya no vienen desde fuera, sino que han socavado nuestras casas y han
puesto en nuestra contra a nuestros pastores. Por ende, los colegios
donde vuestros hijos estudian, sean católicos o no lo sean, les
enseñan que el único soberano es el pueblo. La fe se ha convertido
en apostasía general. La solidaridad en propiedad egoísta. El buen
derecho en tiranía escondida. Por eso llegan tiempos de cambio. En
cierta manera porque la sociedad está tan llena de “mierda” que
nos ha llegado a nosotros. Ahora no somos los carlistas, los
golpistas, los monárquicos... somos el pueblo en su misma situación
de decadencia. ¿Pensáis que 175 años de liberalismo no han llegado
a vuestras cabezas? ¿Pensáis que citar a San Pío X os va a librar
de estar imbuidos en los errores de nuestros compatriotas? Ha llegado
el momento del cambio, ha llegado el momento de levantarnos del
parlamento.
Es momento de que empecemos a desligarnos de esta España muerta
haciendo surgir una nueva España. Una España que ya no puede ser la
de los Reyes Católicos, la de Felipe II. Esa España es la que ahora
está muerta. Ha durado un tiempo, ha tenido su edad de oro y su
decadencia. Ahora es tiempo de otro, es tiempo de reforma. ¿Cómo
realizar esa reforma? Creando instituciones nuevas, renunciando a la
propiedad egoísta entre nosotros, buscando nuevos aristócratas,
fundando comunidades. Si una parte de la ciudad se hace tan nueva que
no puede integrarse en el resto de la sociedad, está queda
automáticamente erigida como enemigo del régimen anterior. Ahora el
carlismo es asumible que exista. Tenemos que ser tan radicales y a su vez tan
relevantes que no podamos ser más que perseguidos. No podemos seguir
en el sistema como si tal cosa. No podemos ir a los montes tampoco.
Hay que hacer de la ciudad nuestro monte. Hay que educar a los hijos
conforme a esta nueva situación. Renunciar a los vicios de
liberalismo de forma real. Renunciando a la democracia y erigiendo,
no un Rey pero sí un líder que pueda ser, si en el futuro recibiera legitimidad desde el Cielo y el Pueblo, coronado Rey. No confiemos en antiguas familias. No confiemos en la
democracia y en sus estilos de vida. El cambio requiere ruptura. No
revolución pero sí contrarrevolución. Hace tiempo que estamos en
guerra. Es hora de que nos demos cuenta de qué batallas nos tocan. El
parlamento es suyo, pero nuestras son las vidas que nos ha dado Dios. De ellos depende la coacción. De nosotros depende la
radicalidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario