lunes, 9 de enero de 2012

¡Nunc coepi!


El año empieza con frío y termina con frío. Y así enero ha venido, con metafísica a los hombros. Guiño entitativo hasta los poros de lo sustancial: me gusta todo eso cuando el tiempo si acompaña.

Mi estación es el otoño, siempre lluvioso, con zapatos rotos que mojen mis pies con sus agujeros en el cuero. Escuchar a Frank Sinatra sin complicaciones. No obstante, la palabra rota, el mutante fónico, siempre viene. La gente que comenta tus zapatos rotos, tu locura, tus silencios, tu carácter. Y entonces viene el invierno, demasiado frío para mi gusto, que lo amarga todo. Y no termina de irse cuando llega el deshielo y el polen que llena mis ojos de picor y lágrimas. Solo puedo soportar la primavera de Vivaldi. El verano es calor a raudales, calor insoportable en una Sevilla de 50 grados centígrados de alto. Después el otoño nos consuela un rato pero vuelve el desarraigo. Para colmo de los males las esquinas siguen tramando conspiraciones absurdas con las paredes, que oyen lo innombrable. 

Solo cabe reírse del ridículo cemento. Con palabras no puede destruirse la tozudez del que murmura. Encima el tiempo no acompaña.

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